Navidad viene del latin “nacer”y más que la celebración del nacimiento del niño Jesús, debe ser también tiempo de amor y de paz, donde hay que acabar con rencores y perdonar, porque perdonar es el nacimiento nuestro hacia una vida mejor, el perdón es el agua que extingue los incendios del alma, trae tranquilidad, descanso y liberación, es más efectivo para el que perdona que para el perdonado. Nada hay mejor en la vida que el alivio de descargar odios y resentimientos, nada como la paz del espíritu y del corazón.
Por eso Navidad debe ser un ejercicio de perdonar y aunque no lo hagas por amor, al menos hazlo por egoísmo, por tu propio bienestar, la vida es muy corta para llenarla de malos deseos y pensamientos hacia otros, sin importar si el odio es justificado o no, sin importar la magnitud de la ofensa, sin importar el daño recibido, el daño es doble daño, si no podemos dejarlo ir y liberar nuestro corazón para que vuelva a creer, a confiar y a amar.
El odio, el rencor y el resentimiento aplastan el alma, desgastan, cansan, hacen angustioso el recuerdo, suplantan buenos momentos y terminan siendo un castigo autoimpuesto. Un castigo que no debemos recibir porque ya fuimos castigados en la ofensa y continuar cargándolo es seguir echando sal en la herida. No escatimes en el perdón porque es imposible caminar con tantas heridas abiertas.
El perdón es una decisión y es también un proceso, no es algo instantáneo, para poder perdonar debemos luchar y vencer nuestra soberbia, nuestro orgullo y nuestro miedo a volver a ser heridos, dejar de pensar en que tenemos razón de sentir ese deseo de venganza y en el daño que hemos sufrido. El odio es el veneno de nuestro corazón, el perdón es su antídoto.
Perdonar no es olvidar, es poder recordar sin dolor, sin amargura, sin la herida abierta, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor, se nos llena de paz el alma y se nos alegra la vida.
Perdonar es un acto de valentía, de humildad y de bondad, no es debilidad, al contrario, es la fortaleza de sobreponerse y seguir adelante, de mostrar a tu ofensor que has curado tus heridas y puedes continuar tu vida y que estás dispuesto a mirar hacia el futuro con optimismo, sin el peso de las cadenas del odio y el rencor.
A amar se aprende amando, a perdonar se aprende perdonando, el perdón no se da a medias, es todo o nada, cuanto antes perdones mejor, ya que cuanto más tardes, más tiempo tendrás atormentada tu alma y te será más difícil encontrar la felicidad.
“Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” dice esa hermosa oración del Padre Nuestro, nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos a perdonar, nada nos acerca más al perdón de Dios que el acto de perdonar. Nunca es un mal momento para ejercer el perdón, pero no hay mejor tiempo para hacerlo que el ahora,
el perdón debe ser ya.
La Navidad es una época importante para perdonar, porque generalmente nos sensibiliza y nos abre el corazón, acercándonos a la bondad, además es el fin y el comienzo de algo y nada mejor que ese algo sea el renacer a una nueva vida, el superar los desencuentros y cultivar a través del perdón, la paz del espíritu y el cierre capítulos difíciles y dolorosos. La Navidad es tiempo de darle vuelta a la página y empezar a escribir otra historia mejor.
Perdónense los unos a los otros y habrá más gente feliz en el mundo.
Feliz Navidad.
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